By Diane Menditto, OFS
National Vice Minister

Diane Menditto, OFS National Vice Minister

El 9 de agosto de 1979, nueve miembros de la Fraternidad de San Francisco en Hackensack, Nueva Jersey, dieron un paso significativo en su camino espiritual al profesar en la Orden Franciscana Seglar. Mi gran bendición es que yo fui una de ellos. Al reflexionar sobre estos 46 años extraordinarios, quiero compartir algunas cosas que he aprendido a lo largo del camino.

La vida fraterna es la base de ser franciscano

La vida fraterna es fundamental para vivir como franciscano. A menudo he dicho que sin fraternidad no somos franciscanos. Cuando me uní a la orden, no comprendía del todo lo importantes que somos los unos para los otros. Con el tiempo, he llegado a comprender que las relaciones que construimos dentro de nuestras fraternidades son más que simples amistades. Estos lazos nos enseñan a vivir la Regla, no solo a través del estudio, sino también a través del ejemplo y la interacción. La Regla nos desafía, nos inspira y nos guía para luchar por la santidad cada día de nuestras vidas.

Una de las mayores bendiciones de ser franciscana seglar es la oportunidad de conocer a hermanos y hermanas de todos los niveles de la Orden. Cada persona aporta dones únicos, dones que tocan mi corazón y enriquecen mi alma, aunque no siempre esté de acuerdo con todas las perspectivas. También he descubierto que la gente aprecia realmente la capacidad de respuesta, lo que fortalece nuestras conexiones y refuerza el valor del respeto mutuo.

La conversión diaria es una necesidad

Al repasar las últimas décadas, destaca una lección profunda: la conversión diaria no es opcional, es necesaria. Se necesita tiempo para darse cuenta de ello, pero el proceso de transformación es continuo. Puedo ver cuánto he cambiado, cómo se ha profundizado mi relación con Dios y cómo Dios sigue trabajando en mí y a través de mí. El Espíritu Santo nunca deja de enseñarnos y moldearnos, si le abrimos nuestro corazón.

Escuchar es un don

La vida fraterna me ha dado más de lo que podría haber imaginado, y uno de sus mayores dones ha sido aprender a escuchar bien. Escuchar —a Dios y a mis hermanos y hermanas— es la base de mi bienestar espiritual y una de mis contribuciones a la vida fraterna. No siempre es fácil y requiere una práctica constante, pero es a través de la escucha que nos conectamos, crecemos y experimentamos el poder transformador de la empatía y la comprensión.

Servir a mis hermanos y hermanas me ha abierto los ojos.

Servir a los demás es una de las mejores lecciones de la vida. A través de mi servicio a la Orden en diversos niveles, he tenido la suerte de entablar relaciones con franciscanos no solo de Estados Unidos, sino de todo el mundo. Me sorprende lo similares que somos, unidos por nuestra fe y nuestra misión compartida. Esta conexión global refuerza la importancia de nuestra Regla y Constituciones, que sirven como hilo conductor que nos une como franciscanos. Nuestra forma de vida es única, y considero que es una responsabilidad y una alegría transmitir sus valores a los demás.

Servir como formadora ha sido uno de los aspectos más gratificantes de mi servicio a la Orden. Me ha enseñado mucho y me ha animado a compartir quiénes somos y a quién pertenecemos como franciscanos seglares. Ser mentor de otros me ha permitido ofrecer a los demás lo que Dios me ha dado para guiar, inspirar y preparar a las futuras generaciones de franciscanos seglares, asegurando que nuestra forma de vida siga floreciendo.

Paz, gratitud y alegría

Al reflexionar sobre estos 46 años, me siento llena de gratitud por la paz, las relaciones y la alegría que me ha aportado la vida fraterna. Este camino ha estado lleno de lecciones sobre el servicio, la divulgación, el mundo al revés de vivir el Evangelio y la belleza de nuestra profunda relación con Jesús. Es una vida construida sobre los sólidos cimientos de la Regla y las Constituciones y la espiritualidad franciscana, que sigue moldeándome a mí y a los demás cada día.

Que sigamos caminando juntos en la fe, guiados por el Espíritu Santo e inspirados por la riqueza de nuestra familia franciscana.

¡Paz y bendiciones para todos!